“
Paco, puedes venir un momento a mi despacho” La voz recorrió la oficina a través del obsoleto interfono que pide a gritos una merecida jubilación; el silencio se apodero de la estancia. Las miradas se centraron en mí buscando cualquier gesto capaz de atisbar las emociones que recorrían mi mente, el orgullo varado tiempo atrás tomo el mando y tenso los músculos faciales cual personaje memorable del gran Eastwood.
A medida que mis pasos tomaban rumbo hacia un destino, gestado meses atrás por una mente mezquina capaz de sacrificar la bondad del ser humano por el vil metal, el olor a azufre se intensificaba como el buen atrezo envuelve las situaciones que perdurarán con el paso de los días.
Allí estaba él, acomodado en su madriguera. Hierático, sin pulso, conocedor de su posición y moralmente convencido del bien que me hacía; la palabrería viperina hizo acto de presencia recordándome la nebulosa sufrida por Théoden que le mantenía postrado mientras el caos se apoderaba de su entorno. Nada de lo que hablo caló en mí. La sarcástica sonrisa inicial torno en duda, contradicción y finalmente en impotencia: “
O firmas o te mando un burofax” me di el gusto de contestar al órdago, las largas tardes en la cafetería evadiendo las tediosas clases serían recompensadas en un futuro: “
Conoces mi dirección o prefieres que te la apunte”. Movió pieza, sus esbirros acobardados tomaron el tablero actuando de testigos a sus palabras. Como es posible que el ser humano sea tan miserable y rastrero. Pobres, ensimismados en sus mundanas vidas cargadas de dudas donde la felicidad dejo paso hace tiempo a la monotonía y supervivencia banal…
Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener?