Hace unos días la prensa focalizó parte de su atención en la alarmante hambruna que padecen los somalíes. Es el tema del momento en twitter y en otras redes sociales. Parece como si la gente hubiera despertado o como si la hambruna hubiera surgido hace unas semanas. Lo que sucede en Somalia y en medio mundo no es nuevo, pero si no se menciona en los medios, es como si no existiera. Y sólo ahora han hablado. Eso sí, lo que los medios callan es que ese hambre se ha convertido en negocio para unos pocos (pero muy poderosos). Ese hambre da pan a quien tiene una flota privada de jets. Ese hambre da pan a los sicarios financieros de Wall Street. Si teníamos poco con la estafa a la que llaman crisis, de nuevo nos topamos con los psicópatas de Manhattan. Esta vez no están jugando con nuestra vivienda. Esta vez están metiendo sus garras en lo más básico para nuestra subsistencia, nuestra comida. Antes era el negocio de la vivienda, de las hipotecas, de las CDO... ahora es otro negocio, el negocio del hambre, y ésta es su historia.
Como decía, de nuevo nos encontramos con Wall Street. Y de nuevo, Goldman Sachs. Como carroñeros financieros, estos banqueros vieron en el pan un valor seguro, un valor que nunca perdería su precio. Al fin y al cabo, vivir podemos vivir en casas o en la calle, pero tenemos que comer, no hay más remedio. Podemos vivir en cavernas, en la calle, o en chalets, pero si no hay comida, nos morimos. El pan se convierte en un bien valiosísimo. Y donde hay valor, hay dinero. Y cuanto más valor, más dinero y mayor interés para los especuladores (yo prefiero llamarlos sicarios o carroñeros financieros).
Corre el año 1991. Goldman Sachs, liderado por Gary Cohn, creó un nuevo producto financiero, un derivado que tomaba en cuenta el valor de 24 materias primas (desde metales preciosos hasta granos de café, soja, maíz o trigo). Analizaron el valor de la inversión de cada una de esas materias por separado y redujeron todo ese complicado entramado de materias primas reales en una simple fórmula matemática de cara a la inversión, conocida de ese momento en adelante como la Goldman Sachs Commodity Index (GSCI).
Negocio del hambre
Durante la primera década, el GSCI se mantuvo como inversión estable, debido a que la banca estaba más interesada en las inversiones de riesgo y en las CDO (ver Inside Job -completo y subtitulado- para más información sobre este asunto). Pero en 1999 se abrió la veda para esos nuevos derivados financieros, debido a la desregularización del mercado de futuros por parte de la Comisión de Comercio de Bienes Futuros (Commodities Futures Trading Commision). De la noche a la mañana, los bancos podían invertir cantidades ingentes de dinero en materias primas, una oportunidad que sólo habían tenido a su alcance quienes verdaderamente estaban involucrados en la producción de nuestra comida, la industria alimentaria. La banca irrumpió con fuerza en ese mercado.
Hasta ese momento, la industria alimentaria de los Estados Unidos había vivido con relativo éxito gracias a los contratos de futuros, por los cuales se acordaba entre comprador y vendedor un precio razonable por unidad, aun cuando ésta no hubiera sido producida en ese momento. Esos acuerdos mantenían los precios estables y permitían a los granjeros sortear los riesgos inherentes de la profesión (visicitudes del tiempo, desastres naturales...), ya que podían invertir en sus granjas y pequeños negocios. El resultado de este sistema se traduce en una bajada del precio real del trigo a lo largo del siglo XX y en una producción de cereal en Estados Unidos que abastecía a su población y a la de otros rincones del mundo.
Pero el nuevo sistema de Goldman Sachs pervertió la simetría del sistema. La estructura del GSCI no tenía en cuenta a los participantes de esos contratos de futuros. El nuevo derivado financiero era "long-only", es decir, construído para comprar, y sólo comprar. En el transfondo de este nuevo producto estaba el intento de convertir la inversión en bienes en una inversión en acciones. Se buscaba en las materias primas un activo financiero sobre el cual los especuladores pudiera reposar su dinero durante años, esperar a que el precio suba y así enriquecerse, como si se tratara de una acción de Microsoft. Este nuevo sistema llevaba implícito el aumento constante del precio de la comida. Los inversores compraban y compraban para poder vender a un precio mayor en un futuro. Era un valor seguro. A Goldman Sachs se le unirían Barclays (340 millones de libras en beneficios anuales derivados de esta especulación), Deutsche Bank, Pimco, JP Morgan Chase, AIG, Bearn Stearns y Lehman Brothers, entre otros. Y con la "crisis" de 2008, cuando el dólar, el euro y la libra dejaban de tener la confianza de los inversores, ¿qué mejor sitio que la comida, un bien necesario que nunca perderá su valor? En los primeros días de 2008, los especuladores invirtieron 55.000 millones de dólares en el mercado de materias primas, y para julio, esa cantidad ascendía a 318.000 millones. La inflación en el precio de la comida ha seguido su escalada desde entonces.
El dinero iba y venía y la banca se frotaba las manos. Los nuevos derivados alimenticios crearon una nueva burbuja: la alimentaria. Una unidad de medida de trigo costaba de 4 a 6 dólares. Poco despúes, se batió el récord, costando esa misma medida 25 dólares. Desde 2005 a 2008, el precio de la comida aumentó en un 80% y no ha parado de subir desde entonces. La propia ONU llegó a reconocer este hecho por boca de Olivier De Schutter, Relator Especial sobre el Derecho a la Alimentación aseguró que en 2008, "una parte importante del aumento del precio de la comida se debe a la burbuja especulativa".
Hambruna"
Hambruna
El resultado de esta nueva aventura de los sicarios financieros de Manhattan ha causado un nuevo shock global, esta vez en la producción y consumo de alimentos. Ahora no sólo nos encontramos con un limitado suministro de alimentos y aumento de su demanda, sino que los banqueros de inversión han creado una obra de ingeniería financiera por la cual es el trigo imaginario el que determina el precio del trigo real que consumimos.
Para las casi 2.000 millones de personas que gastan más del 50% de sus ingresos en comida, los efectos de este sistema han sido devastadores: 250 millones de personas engrosaron el número de personas en hambruna en 2008, ascendiendo el total a 1.000 millones de personas, un número nunca visto.
Y estos son datos de 2008, cuando la estafa inmobiliaria a la que llaman crisis llegaba a nuestras puertas, momento idóneo para los sicarios financieros para penetrar en este nuevo mercado alimenticio. Han pasado 3 años y todos sabemos que estos psicópatas no habrán perdido el tiempo.
Es ahora cuando se escucha en los medios los problemas alimenticios en el Cuerno de África y es ahora cuando se nos pide al pueblo que prestemos ayuda a esa pobre gente que vive en una tortura constante desde hace décadas. Lo que no nos dicen los medios es porqué viven así y quiénes podían hacer algo para evitarlo. No lo dicen, porque precisamente quienes han generado esta situación, son quienes controlan los medios. Así de sencillo, así de triste.