Acojonante, sencillamente, SEGUROLA.
El Athletic, entre la mentira confortable y la cruda realidad
viernes, 14 septiembre 2012, 13:21
El fútbol profesional está edificado sobre una mentira necesaria. A cambio de creer ciegamente que los jugadores mantienen un amor indestructible por sus equipos -ahí radica la mentira-, los hinchas se adhieren sin condiciones a sus colores. Esta premisa tan simple es la raíz del éxito del fútbol. El orgullo de la tribu, el seguimiento universal, las tremendas consecuencias económicas, el éxito mediático, todo aquello que ha convertido a este sencillo juego en un fenómeno de nuestro tiempo, se debe al apasionado vínculo que se establece entre el público y los actores.
El cinismo mataría al fútbol, o lo convertiría en otra cosa, menos obsesiva, más calculadora y, por tanto, menos predispuesta a la adhesión. De alguna manera es lo que probablemente sucederá cuando los jeques árabes o los oligarcas rusos se cansen de sus recientes juguetes: sus clubes se desplomarán y la mayoría de los aficionados retirarán su apoyo a los equipos porque sólo les motivaba el éxito y la celebridad. No es un escenario novedoso. El fútbol ha visto a unos cuantos equipos irrumpir artificialmente, protegidos por un dinero fácil, y desplomarse poco después.
Otra posibilidad, nada desdeñable, es la consagración de un modelo salvaje, representado por una pequeña y dictatorial aristocracia de equipos que condena a los demás a la pobreza, la falta de estímulos y la depresión. Algo de eso está ocurriendo en España: nunca ha habido más distancia entre el Real Madrid y el Barcelona con los demás equipos de la Liga. Mientras el 90% de los clubes son cada vez más pobres, los dos más importantes multiplican su riqueza. El resultado se apreciará en un futuro cada vez más cercano. La competición se degradará, los estadios se vaciarán, las deudas se volverán insoportables y el grueso del fútbol estará abocado a una total desesperanza. Este paisaje lunar terminará por dañar a los dos grandes clubes españoles, que probablemente encontrarán su vía de escape en una nueva competición transnacional, forjada por las fortunas de los ricachos árabes, rusos y estadounidenses que comienzan a gobernar el mundo del fútbol. Hace diez años nadie habría sospechado que el Chelsea, Manchester City y París Saint Germain ocuparían una plaza segura en una Superliga europea. Es la instantánea magia de los petrodólares.
Mientras tanto, todavía sobrevive la poética relación entre los hinchas y sus equipos. En pocos lugares resulta más romántica que en Bilbao, donde el Athletic mantiene desde hace décadas un modelo que puede denominarse singular, peculiar, excéntrico, extravagante, admirable o lunático. Que cada cual elija el calificativo. Lo que no se discute es el grado de compromiso de la hinchada con su equipo. La adhesión es de tal calibre que genera la suficiente energía para salvar al Athletic del destino que por lógica la correspondería en el fútbol actual: el descenso a Segunda División
Aunque parezca asombroso, el Athletic es uno de los tres equipos que jamás ha descendido a Segunda División. ¿Los otros dos? El Real Madrid y el Barcelona. El dato ha adquirido mayor importancia en los últimos 30 años. Excepto Athletic, Real Madrid y Barça, todos los equipos de la Primera División española han pasado por la Segunda División. Eso incluye al Valencia, Atlético de Madrid, Sevilla o Zaragoza, ganadores de alguna competición europea en este periodo.
El milagro del Athletic se someterá a prueba esta temporada. En ningún lugar se ha idealizado tanto la relación entre los jugadores y el club. Se trata de una idea romántica, pero falsa, que todos los clubes, y especialmente el Athletic, necesitan proclamar para mantener la adhesión inquebrantable de sus aficionados. Hasta este verano, todos los jugadores del Athletic encontraban una excelente coartada cuando abandonaban el club para alcanzar sus lógicos objetivos profesionales y fichar por el Barça (Zubizarreta, Eskurza), Real Madrid (Alkorta, Karanka), Atlético de Madrid (Ferreira, reclamado por Javier Clemente) o Chelsea (Del Horno). En todos los casos, el Athletic recibía un buen dinero por el traspaso, a cambio de que los futbolistas se sintieran legitimados a proclamar que se iban porque el club les obligaba. Se trataba de una excusa de incalculable valor para mantener la necesaria ficción del vínculo sagrado con el club.
El compromiso inalterable se ha roto este verano. El presidente Iosu Urrutia manifestó que no vendería a Fernando Llorente y Javi Martínez, las dos estrellas del equipo. Trazó una línea y ahí se mantuvo. En ese sentido, fue una decisión coherente en un mundo presidido por la incoherencia. Sin embargo, el efecto ha desconsolado tanto como el descubrimiento infantil de los inexistentes Reyes Magos. Tanto Javi Martínez, que fichó por el Bayern de Múnich tras depositar los 40 millones de euros de su cláusula de rescisión, como Llorente anunciaron que deseaban abandonar el club porque pretendían jugar en mejores equipos, una aspiración muy profesional que ha destrozado el romántico discurso que amparaba al Athletic. El mito se ha roto, la realidad se ha impuesto y las consecuencias son imprevisibles para el futuro del club, preso de un debate apasionante: ¿es mejor creer en una mentira confortable o aceptar las consecuencias de la cruda verdad?