No habrá balón de Oro para Zlatan Ibrahimovic, pero...
Guillermo GUTIÉRREZ - Hasta hace no mucho nos decían que un futbolista encontraba su madurez en torno a los 27 o 28 años. Figo gana su Balón de Oro a los 28, Zidane a los 26. Conocidas son las precocidades de Michael Owen, azucarillo disuelto tras arrebatarle a Raúl la segundez española a los 22, y Ronaldo, el brasileño, que ganó el primero a los 21. Messi, tetradorado, gana el primero a los veinte. Ocurren también excepcionalidades por avanzada edad, como Pavel Nedved quien ganó el trofeo a los 31. Rara avis.
Zlatan Ibrahimovic tiene 32, y se encuentra en el mejor momento de toda su carrera. Si no fuera por la postal fútbolística y por el hijo de Maradona podríamos encontrarnos con el sueco entre los tres primeros. En la gala de 2013 queda cuarto, eclipsado por las dos bestias deportivas y por el añazo de Frank Ribéry, pero se lleva el Premio Puskás al mejor gol del año, disculpándosele el que el gol fuera, en realidad, de 2012. Su chilena pasa a engrosar las listas de 'tops' y nos recuerda su cacareada condición cinturón negro en taekwondo.
NO HABRÁ BALÓN DE ORO PARA ZLATAN
El título, mezcla ahora de voto periodístico y futbolístico, es capaz de enfocar tanto la calidad individual como el éxito del conjunto al que se pertenece. El PSG, primo mayor de un Málaga City al que el jeque no le ha pagado ni las lágrimas, lidera la Ligue 1, pero hasta hace no mucho se apoyaba en Pastore para sudar por el liderazgo francés. Entre Simeone, Ancelotti, Martino o Guardiola no parece haber hueco para la revolución europea.
Zlatan nace yendo a lo suyo, porque otra cosa no se puede hacer naciendo en las calles del distrito de Rosengard (Malmö) . Tras salir de tierras holandesas y rechazar al Arsenal por permitirse la arrogancia de pedirle una prueba, escapa a Italia. Tras ganar dos scudetti abandona la Juventus, porque Ibra quiere gloria, no jugar en Serie B. Tras convertirse en capocannoniere en el Inter de Milán aborda la orquesta azulgrana, pero la filosofía no entiende de cariños exclusivos. Vuelve a Lombardia, siempre conducido por Mino Raiola, agente de otros "ángeles" como van Bommel o Balotelli. Revive en un Milan que sueña con llegar a Nueva York. Con el iceberg asomándose a proa el Milan vende, y Zlatan huye a tierras parisinas, una liga menor que alimentará su necesidad de protagonismo.
Consigue plaza propia de aparcamiento, junto a los directivos. Consigue la indignación de la política francesa debido a su sueldo. A él le da igual, siempre le dio. Evoluciona su juego y se convierte en el mejor nueve y medio del mundo. A Zlatan no le importan ya las acusaciones de poca capacidad goleadora: ahora también da pases de gol. En Suecia se oficializa